Hace tiempo que el estado civil se coló en las historias clínicas y el estrés conyugal se convirtió en un factor de riesgo de numerosas enfermedades. La novedad, esta vez, proviene del Departamento de Psicología de la Universidad de Michigan, Estados Unidos, donde el profesor Ernest Harburg estudió durante 17 años los códigos de interacción de 192 parejas.
La búsqueda se circunscribió a un dato puntual: cómo reaccionaba cada uno frente a una agresión verbal considerada injusta. La cuestión era si reprimía o no la ira.
Las conclusiones fueron terminantes: en las parejas cuyos integrantes suprimían sistemáticamente los enojos, el índice de mortalidad temprana, principalmente por factores cardiovasculares, fue del 23%. Pero entre los miembros de parejas capaces de enfrentar el conflicto, consensuar diferencias y resolver las crisis, fue de sólo el 6 por ciento.
En diálogo con LA NACION, el profesor Harburg agrega: “En una persona que se siente atacada injustamente se dispara un sentimiento automático de ira. Si la suprime, la ira se internaliza y comienza un proceso rumiante de repetición mental de las imágenes de la pelea, que finalmente se convierte en resentimiento. Si esta conducta persiste, desequilibra todo el funcionamiento corporal".
Durmiendo con el enemigo
La expresión química del enojo fue objeto de numerosas investigaciones; entre ellas, varias realizadas por el equipo de Janice Kiecolt Glaser y Ronald Glaser en la Universidad de Ohio, Estados Unidos. Un estudio comparó el funcionamiento neuroendocrino de 90 parejas durante el primer año de matrimonio y diez años más tarde: las concentraciones sanguíneas de las hormonas del estrés habían trepado considerablemente en las parejas en crisis.
Otro estudio, publicado en la revista Archives of General Psychiatry , demostró cómo las relaciones hostiles modulan la producción de ciertas sustancias corporales que intervienen en el proceso de cicatrización.
"La ira reprimida, la imposibilidad de canalizar adecuadamente el enojo y las interacciones hostiles dentro de la pareja son fuentes de estrés con un poder devastador, que se refleja en una variada gama de síntomas físicos y psíquicos", dice Patricia Faur, coordinadora del posgrado de psiconeuroinmunoendocrinología de la Universidad Favaloro.
Esta psicóloga, que sintetizó su trabajo clínico sobre relaciones afectivas tóxicas en su libro Amores que matan (Ediciones B.), define el estrés conyugal como un proceso de desgaste de la comunicación, que se mide a través de la presencia de ciertos indicadores de hostilidad explícita o implícita en los gestos cotidianos: violencia verbal y no verbal, descalificación, sarcasmo, burlas, ironía, silencios, manejo y control del dinero y la sexualidad.
Estos rasgos, que inicialmente pueden estar presentes en discusiones abiertas, se van convirtiendo en rasgos estables de la relación y van instalando el maltrato psicológico como algo natural e invisible. De eso no se habla.
La palabra es salud
El resentimiento tiene un poder demoledor y, si queda dentro del cuerpo, lo enferma. Pero el antídoto no parece consistir en liberar abiertamente los rencores y lanzarse a la pelea. "No se trata de expulsar la ira como sea", alerta la psicoterapeuta.
La hostilidad en los vínculos tiene una historia. Para desandarla y convertir una relación tóxica en otra saludable, los profesionales consultados coinciden en la necesidad de construir un nuevo esquema de comunicación, capaz de atravesar el silencio, enfrentar el conflicto y resolverlo consensuando las diferencias.
"Reprimir la ira es impedir la resolución del problema, pero la forma de expresarla tiene sus límites", aconseja Ernest Harburg. Y especifica algunas reglas de comunicación que ayudan a manejar los conflictos dentro de la pareja:
- Desarrollar una escucha saludable: no pensar en otra cosa mientras el otro está hablando; no interrumpirlo (solamente puede hablar uno por vez); calmar los sentimientos negativos enfocando la mente en el contenido intelectual de la conversación; tratar de ignorar transitoriamente aquellos rasgos del otro que resultan molestos, y abrir la agenda de temas hasta consensuar algún acuerdo que restaure el sentimiento de justicia.
- Expresar la ira en el momento de la discusión, evitando toda conducta violenta, que sólo exacerba el problema en lugar de ayudar a resolverlo.
"Es más saludable hablar que no hablar", define Patricia Faur, pero aclara que cómo decir es tan importante como qué decir.
Sin lastimar
"Si bien la comunicación tiene que ser honesta y directa, sin ambigüedades, no tiene que lastimar. A veces, es eficaz acercarse al dolor del otro y tratar de entenderlo, en lugar de utilizar el conocimiento sobre sus debilidades para golpear justo ahí, donde se sabe que más duele", alerta, y realza el potencial no sólo de las palabras, sino también de los silencios, de convertirse en sustitutos de la acción.
"Callarse es una forma de mantener el control; es un gesto de violencia emocional, que no sólo evita la discusión, sino que simbólicamente está demostrando una falta de registro del otro, porque una cosa es el silencio del que está escuchando participativamente y otra muy distinta el silencio controlador o evitativo, que reprime en el otro una necesidad de hablar y ser escuchado, con efectos muy tóxicos."
Y concluye describiendo el escenario que se despliega al cruzar la frontera entre la discordia conyugal y un buen vínculo de pareja: "En las relaciones sanas, se puede opinar sin temor de herir ni de ser herido; no hay descalificaciones ni críticas veladas; la comunicación es directa y franca. No se calla nada porque no se le teme al trabajo emocional y se aceptan las discusiones y los desacuerdos porque se toleran las diferencias".
Por Tesy De Biase
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