El 28 de mayo, desde 1987, se celebra el Día Internacional por la Salud de la Mujer, con el principal propósito de disminuir la morbilidad y mortalidad materna.
Argentina, en estas tres últimas décadas, no logró mejorar lo suficiente. En 1980 se morían 7 mujeres por cada 10.000 nacidos vivos; en el 2006 -último año con datos disponibles- murieron 4,8 mujeres. En el 2000 alcanzamos el valor más bajo: 3,5 mujeres, pero fue subiendo y entre el 2005 y 2006 aumentó casi un 25%.
La principal causa de estas muertes es el aborto, porque un tercio de ellas se deben a complicaciones de abortos inseguros. La provincia de Buenos Aires concentra el mayor número de estas muertes.
Estas muertes pueden evitarse y constituyen un grave problema de salud pública. ¿Qué hacer? En primer lugar, prevenir embarazos no buscados. Esto requiere educación sexual en todo el ciclo escolar y servicios de salud sexual y reproductiva gratuitos, con distribución de métodos anticonceptivos.
También, en los hospitales públicos se deben hacer los abortos permitidos por la ley, el llamado aborto no punible, ante grave riesgo para la salud y la vida de la madre y en caso de violaciones. Hay que legislar además para ampliar las causas que autoriza el Código Penal en el art. 86 (por ejemplo, para incluir las anomalías congénitas incompatibles con la vida, como la anencefalia). Esto no es obligar a ninguna mujer a abortar, si no facilitarlo a las que lo requieren sin poner en riesgo su vida.
Hace un año murió Ana María Acevedo, la joven santafesina de 20 años madre de tres hijos, por un cáncer no tratado porque se embarazó antes de iniciar el tratamiento, los médicos no le explicaron que no debía embarazarse y no le dieron anticonceptivos ni accedieron a practicarle el aborto que pedían los padres para poder hacerle el tratamiento del cáncer. Sabemos que si Ana María hubiera tenido dinero no habría muerto ni sufrido tanto.
Como Ana María, muchas mujeres sufren y mueren pero lo ignoramos. Esto no puede repetirse.
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