En primer lugar hay que hablar de la Terapia Celular con “células madre”, que es la que se está investigando con técnicas biotecnológicas de última generación. Las células madre son aquellas que todavía no se han convertido en células diferenciadas de un determinado órgano o tejido. Son células que, en el futuro, serán células del hígado, del riñón o de los nervios, pero que todavía no lo son.
Los científicos comprendieron que, si conseguían hacerse con unas cuantas de esas células no diferenciadas, cultivarlas en el laboratorio hasta tener un número suficiente, y orientarlas en su desarrollo para que se convirtieran en células de uno u otro tejido del cuerpo humano, nos encontraríamos ante una fuente inagotable para reparar los tejidos y órganos que se fueron dañando en nuestros cuerpos. Enfermedades como el Alzheimer, el Parkinson o la paraplejia podrían ser vencidas en el futuro sirviéndose de esas células.
La principal controversia entorno a las células madre tiene que ver con el modo en que son obtenidas. Hay tres fuentes para ello:
- Nuestro propio cuerpo que, en determinados órganos, dispone de algunas células todavía no completamente diferenciadas, dispuestas para reponer aquellas que se vayan deteriorando;
- Las células precursoras de las gónadas de fetos abortados;
- Los embriones cuando están en la fase de blastocisto, es decir, entre los días cinco a catorce desde su concepción.
La tercera forma de obtención es la más problemática y la que plantea más problemas bioéticos, pues supone acabar con la vida de los embriones de los que se obtengan las células. Esos embriones, a su vez, pueden tener diversas procedencias. Pueden ser:
- Embriones sobrantes de fecundaciones artificiales;
- Embriones fecundados in vitro con la única finalidad de experimentar con ellos;
- Embriones creados por clonación, utilizando óvulos humanos o de animales (ya se ha hecho con el de una vaca).
Las normas básicas que regulan la investigación con células madre en España son muy recientes: el Código penal es de 1995, y el Convenio Europeo de Derechos Humanos y Biomedicina, de 1996, que España ratificó dos años después. El primero prohíbe fecundar un óvulo con un fin distinto del reproductivo. El segundo también prohíbe crear embriones con fines distintos de la reproducción.
Es una paradoja que el Código penal que tardó más de quince años en elaborarse y el Convenio sobre Bioética que fue discutido durante seis años por más de 30 países de Europa contengan pronto normas obsoletas, pues ya se está presionando para poder avanzar en el desarrollo de nuevas líneas de investigación en terapia celular con células madre. Aquí se cruzan de nuevo las discusiones bioéticas con una rama muy esperanzadora de la medicina. Los híbridos entre óvulos de vaca y humanos manipulados y clonados en laboratorio ya han producido resultados positivos que podrían acabar con este debate ético, pero a su vez hace surgir otro tipo de polémicas.
La “falacia del terreno resbaladizo”
Todo lo dicho hasta ahora nos lleva a la necesidad de que apliquemos la llamada “falacia del terreno resbaladizo”, que en filosofía define las advertencias de “caminar sobre terreno resbaladizo”, caminos que nos pueden llevar a “cosas malas”. Nos advierte contra la sobrestimación del supuesto peligro; si el que propone el argumento del terreno resbaladizo no puede demostrar con hechos y razonamientos probados que esa situación es inevitable o incluso probable, el argumento será falaz.
La falacia del terreno resbaladizo nos advierte de no generalizar consecuencias sin antes probar que dichas consecuencias son inevitables. Y hablamos de “pruebas”, no de disertaciones emotivas, impulsadas por el miedo o por prejuicios sociales.
La terapia celular antienvejecimiento
La otra aplicación de la Terapia Celular fue inventada por primera vez por el Doctor Médico suizo Paul Niehans en el año 1931. Debido a los supuestos beneficios que se obtienen y a su alto costo, la terapia celular mediante inyecciones ha sido el secreto mejor guardado de celebridades durante mucho tiempo, celebridades que buscaban preservar su apariencia joven y prolongar la salud, excluyendo de esta forma a los que no podían permitirse el lujo de desembolsar importantes cantidades de dinero. Eisenhower, el primer ministro Winston Churchill, el General francés De Gaulle y el Papa Pío XII, entre otros, hicieron uso de la Terapia Celular de bóvidos para mantener el poder de concentración y su resistencia física.
Esta forma de terapia no plantea ningún problema bioético, pues las células empleadas provienen de embriones de animales o de la placenta de oveja o de cordero, que son liofilizados y preparados para ser aplicados en forma de inyecciones, cápsulas o incluso cremas cosméticas. Aquí el único debate abierto se presenta en dos frentes; el de los estudios e investigaciones con protocolos comprobados y contrastados, y el del coste económico. Sobre los estudios clínicos existe una controversia en muchos sectores de la medicina, arguyendo los detractores que los efectos de esta terapia son puramente placebo, pues la supuesta regeneración celular en humanos es imposible al no ser células compatibles, son “xenocélulas”, es decir, procedentes de animales no humanos. Sus defensores comentan que para su desarrollo utilizan también alta tecnología biológica y de esta forma han diseñado unos preparados que son “homólogos” y pueden absorberse por el organismo fácilmente para desencadenar su acción regeneradora.
La única objeción, a mi modo de ver, es la económica, aunque en los últimos años se han abaratado los costes para que puedan tener acceso a esta terapia un grupo mayor de personas. Al fin y al cabo cada uno gasta su dinero como quiere, pero aún así debe saber en qué y para qué se lo gasta. El libre mercado no debe entenderse como un “todo vale” a la hora de vender productos. Debemos exigir claridad y que lo que nos venden se ajuste cuantitativa y cualitativamente a los reclamos de la mercadotecnia, sin falsedades ni tergiversaciones.
Una reflexión
En primer lugar me gustaría, amigo lector, que reflexione siempre sobre lo que lee y no se deje convencer fácilmente de cualquier cosa “porque lo diga una autoridad”. A menudo justificamos una creencia porque lo dice “tal o cual” persona o sabio en la materia. Analice siempre si la confianza en la autoridad está justificada. No olvide que la publicidad nos manipula apelando siempre a la autoridad de alguien. Pregúntese siempre “por qué”. ¿Puede afirmar que la autoridad de esa persona es imparcial? ¿Su opinión es consecuente con el de otras autoridades en la materia? ¿Hay detrás alguna institución que respalda dichas opiniones? ¿Tiene esa institución intereses económicos a favor o en contra de esas opiniones? Si alguna respuesta es “no”, busque y amplíe la información. Invierta el proceso y vaya hacia atrás buscando la fuente que dio origen a su duda razonable.El escepticismo sano no significa rechazar a priori todo, es “dudar” para no ser manipulado por una noticia o hecho que oculta detrás otras intenciones e intereses. Y esto es aplicable también a los artículos de mi columna semanal. Un sano ejercicio de imparcialidad es aplicar la “falacia de la autoridad” a las convicciones de uno mismo, a lo que supuestamente sabemos que “es así”. Ganaremos en libertad y desarrollaremos una sana crítica, que nos será muy útil para defendernos no solo del fraude comercial o sanitario, sino también de la manipulación política y totalitaria del pensamiento único o de lo “políticamente correcto”. Aprender a pensar de forma eficaz es una labor constante y no debemos bajar la guardia nunca.
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