La llegada del verano y el consecuente destape playero alimenta en el subconsciente de miles de canarios la necesidad de moldear su imagen. Los estereotipos estéticos mandan. Resulta poco decoroso acumular unos cuantos kilos de más en una época marcada por el «overbooking» hormonal y las miradas indiscretas. Sin embargo, muchos de ésos canarios no son conscientes, o simplemente no se quieren dar cuenta, de que la obesidad, más allá de la estética, es un problema de salud que puede tener efectos realmente graves.
En Canarias, el exceso de gordura se ceba especialmente con los niños. La prevalencia de la obesidad infantil (18 por ciento) supera la media española (13,9 por ciento), pero las cifras se distancian más aún si se analizan los datos de sobrepeso: un 32,8 por ciento en el Archipiélago por un 12,5 por ciento del resto del Estado. La consejera de Sanidad del Gobierno de Canarias, Mercedes Roldós, afirmó hace apenas unas semanas que la mortalidad y la morbilidad directamente relacionada con la obesidad infantil «es superior a la del tabaquismo». Por ello, no parece exagerado que la Organización Mundial por la Salud la haya tildado de «epidemia contemporánea».
La pobreza, cuyos índices se han disparado en las Islas, y el escaso nivel cultural hacen que los canarios sean una presa relativamente fácil. Los malos hábitos alimenticios se resuelven con una ecuación sencilla. A menor poder adquisitivo será también menor la calidad de la comida que se ingiere. Los alimentos sanos son más caros. Los más baratos tienen más calorías y por tanto engordan más. «Los niños no respetan habitualmente los horarios de las comidas e incluso hay veces en las que comen solos, sin un adulto que les controle y les diga que no se deben alimentar viendo la tele o delante del ordenador», añade Érica Rodríguez, psicóloga de la Asociación de Obesos de Canarias (Obecan), que desde 2003 asesora y colabora con los ayuntamientos tinerfeños en programas de tratamiento y prevención de la obesidad.
Rodríguez reconoce que la estética «influye bastante», pero destaca que además de ser culpable directa de otras patologías como la hipertensión, la diabetes de tipo 2 (propia de adultos de más de cuarenta años) o el colesterol, la obesidad es «un problema de salud mental». La mala educación nutricional tiene su raíz en un concepto erróneo en cuanto a cantidades. Las abuelas creen, al igual que los aborígenes, que la salud y la gordura son primas hermanas. «Piensan que cuanto más gordito sea el niño más saludable estará». Los cultivos que predominan en Canarias (la papa, el tomate y los plátanos) tampoco ayudan ya que son alimentos que con una importante cuantía de hidratos de carbono -tanto complejos como simples-.
Discriminación
La obesidad y el sobrepeso son defectos que no pasan inadvertidos para los niños. El gordito de la clase es objeto de mofas y descalificaciones que pueden influir en su rendimiento educativo y empujarle hacia el absentismo escolar. El recreo, en vez de ser un alivio, puede convertirse en un infierno. «Es lo que les ocurre a los niños que en vez de sacar bollería industrial (palmeras, donuts, bollos) salen al patio con una manzana», subraya Vanesa Muñoz, nutricionista de Obecan. «Se sienten ridículos, raros» opina Rodríguez. En muchos colegios, la bollería industrial está prohibida, y en otros, como el Colegio Alcaravaneras de Las Palmas de Gran Canaria, se insta a los alumnos a llevar fruta al colegio todos los miércoles.
La angustia adosada a los kilos afecta más a las mujeres que a los hombres. La presión social que se ven obligadas a soportar les hace replantearse una metamorfosis. El cambio, la necesidad de estar a gusto, de mantener un estatus social puede derivar en otras enfermedades no menos graves: la bulimia y la anorexia. «Generalmente, los niños hacen más deporte y queman más calorías, pero son las niñas las que, entre los doce y los trece años, empiezan a cuidar más su imagen», señala Victoria Delgado, médico del Instituto Canario de Medicina y Nutrición (Icamen). «Muchos padres premiamos o castigamos a los niños con la comida. Les decimos que les llevaremos al McDonalds si se portan bien o traen buenas notas y eso es otro gran error», comenta.
La suplantación de la bicicleta y el balón de fútbol en favor de la videoconsola y el ordenador han aportado más obesos al mundo. Como también lo ha hecho la incorporación de la mujer al mercado laboral, de manera que se ha incrementado el tiempo que los menores pasan solos en casa. Los niños, consumidores habituales de televisión, ven cómo un anuncio publicitario en el que se invita a comer sano va encadenado a otro de un restaurante de comida rápida. Algo «incoherente».
Afortunadamente y aunque los datos son desalentadores -se ha pronosticado que el 77 por ciento de los niños obesos lo serán también de adultos- los expertos abren una puerta a la esperanza. La obesidad tiene cura y los padres la llave para limar su parte de culpa. Más ejercicio y proteínas y menos calorías y vida sedentaria. Conservar la salud de sus hijos es una responsabilidad que no debe ser tomada a la ligera.
No hay comentarios:
Publicar un comentario