viernes, 9 de mayo de 2008

La medicina de las emociones

DICE ALAIN DE BOTTON -biógrafo de Proust-, que «a pocos menesteres dedican los humanos tanto tiempo como a la infelicidad». Una frase que cualquiera de nosotros podría hacer suya y qué demuestra hasta qué punto nos amargamos la vida por cosas insignificantes, pequeños problemas que a poco tiempo y esfuerzo que les dedicásemos tendrían solución inmediata.

Escribo esto porque estoy harta de oír lo mal que funciona la Sanidad pública en nuestro país. Los errores que se cometen en hospitales y ambulatorios, cuando lo cierto es que deberíamos sentirnos orgullosos de un servicio que se imparte a veces en situaciones precarias, casi sin medios, que está masificado, y al que las administraciones públicas no han sabido, o no han querido, tomarle el pulso.

Quizá porque pocos de los que adoptan las decisiones importantes saben lo que es una urgencia, cómo funcionan, a los problemas que tienen que enfrentarse a diario unos médicos, unos auxiliares y enfermeros que además de mal pagados, están realizando una labor ímproba, que pocos les reconocen. Menos que nadie aquellos que están implantando en España una gestión -mitad pública mitad privada-, que ya fracasó en Inglaterra en época de la «Dama de hierro», porque no lo olvidemos, si un empresario se hace cargo de algunos servicios de la Sanidad pública es para sacar un rendimiento económico, no para hacer obras de caridad.

Lo digo con conocimiento de causa, porque he sido testigo directo de cómo se trabaja en estos centros, de cómo una familia se enfrentó en el «Hospital Virgen de la Torre», de Madrid, a un médico al que golpearon porque este les desviaba a un hospital de los recientemente inaugurados por Esperanza Aguirre, que cuenta con modernas instalaciones, de las que no dispone este otro, porque es de los que está en el punto de mira de la Comunidad de Madrid para echarle el cierre. Sin darse cuenta la labor a pie de calle que se realiza en estos centros, situados en zonas estratégicas de una gran capital como es Madrid.

He visto trabajar a muchos de estos sanitarios, he comprobado cómo se dejan la vida por sacar adelante a enfermos que están solos o con enfermedades que dejan poco lugar para la esperanza. A los que cuidan y atiende con verdadero esmero, y plena dedicación.

Yo les pediría a los consejeros de Sanidad de las distintas comunidades autónomas, que en vez de aparecer en los centros hospitalarios a bombo y platillo, rodeados de cámaras y redactores, lo hagan bajo el anonimato, una noche cualquiera. Estoy segura de que la imagen que puedan tener de la Sanidad pública cambiaría radicalmente.

Porque seamos realistas, si a alguien hay que pagarle un sueldo que le permita vivir dignamente, no es al tránsfuga de turno, sino a esos que tienen nuestra vida en sus manos: especialistas, auxiliares, cirujanos, también a aquellos que limpian los retretes o los culos de los enfermos.

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